Rubén Grau recupera el olvidado arte del libro por Jorge Glusberg
Interesado en las relaciones entre imagen y palabra, Rubén Grau presenta dos muestras en Roma sobre este vínculo temático. En el Centro Cultural Laboratorio Contumaciale de Roma, expone “Observatorio de la Prosa”, trabajos conceptuales de poesía visual integrados por páginas de poesía intervenidas por el artista, y “Poética del silencio” (auspiciado por Eduardo Grüneisen), en el Palacio Santa Croce IILA (Instituto Italoamericano de Cultura), dirigido por la argentina Irma Arestizábal. La palabra y el libro son personajes protagónicos en las obras de Grau, nacido en Buenos Aires, en 1959: el arte es también la escritura de la historia y una versión creativa de los conflictos sociales. “Entrelíneas” está realizada con hojas de libros, madera y clavijas de guitarra que cuando se accionan, modifican el texto. “Collar para construir poemas”, hojas de libros, sauce, roble, avellano, hilo de plata y ébano; se destacan también las tapas de libro con espejos de “Paisaje-Pasaje”, o la instalación con 27 hojas de libros “Poesía apofática”. El libro nació como arte. La invención del pergamino, a comienzos del siglo II a. C., llevó al códice, generalizado en Europa más de quinientos años después: estos volúmenes de hojas sueltas unidas por uno de sus bordes y encerradas entre dos tapas, anunciaban al libro que llegó con la imprenta y el papel, a partir de mediados del XV, hasta adquirir sus características definitivas a lo largo del XVII. Durante doce siglos, el códice fue una forma de la creación estética. Creación colectiva, pues era el resultado del trabajo intenso y fecundo de verdaderos artistas, dueños de un oficio aquilatado y una invención prodigiosa: los copistas, que se ocupaban de transcribir el texto, con lapiceras de pluma de ave; los diseñadores de las iniciales de capítulos y parágrafos, y los ilustradores, a cuyo cargo quedaban las iluminaciones, pequeñas obras de arte. El libro perdió su investidura de obra de arte al aparecer la industria editorial, en la segunda mitad del XIX. De ahí, el movimiento encabezado en Gran Bretaña, en 1891, por William Morris, para devolver al libro su perdida de condición estética. Poeta y artista, Morris desarrollaba sus ediciones en una prensa manual y se ocupaba de la encuadernación, además de diseñar sus propias tipografías. No nos puede extrañar, entonces, que desde hace varias décadas los artistas hayan vuelto al libro como un nuevo espacio creativo, con total libertad en el empleo de materiales, elección de formas y vías expresivas, acudiendo tanto a las antiguas manualidades como a las modernas tecnologías: imágenes pintadas o digitales, fotos, recortes periodísticos, objetos domésticos o inventados, piezas de metal o madera, y aun ediciones tradicionales rescatadas del olvido. Otros trabajos de Grau en torno a la recuperación de la palabra, el verbo, son “Casa del olvido”, utilizando gomas de borrar, “Casa de Leteo”, jabón blanco, “Casa del poeta”, realizadas con cera, ramas y espejo. “El espacio captado por la imaginación ya no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a las mediciones del agrimensor. Es espacio vivo, concentra ser en el interior de sus límites”, escribió Gaston Bachelard en “La poética del espacio”. Este es el concepto que Grau plantea en “Las moradas”. En esta serie de las casas reelaboró el uso de materiales que ya estaba presente en “¿Dónde?”, instalación que presentó en el Festival Internacional de Arte de Medellín, cuyo tema era Arte y Ciudad, bajo el lema “la esencia del arte es la libertad”. Grau materializó la pregunta por la palabra-sabiduría degradada en información. En el espacio de un aula cuelgan delantales junto a la cita de T.S. Eliot, escrita sobre el pizarrón: “¿dónde está la sabiduría que perdimos en conocimiento? ¿dónde está el conocimiento que perdimos en información?”. El delantal blanco de los escolares no fue establecido ‒en la Argentina de la década de 1910 y en otros países latinoamericanos‒ para proteger la ropa que va debajo sino para igualar a quienes lo llevan, sea cual fuere su ropa. En la instalación de Grau, el delantal neutralizaba las diferencias sociales. El objetivo era anularlas, a través de la educación: al saber de la riqueza se oponía la riqueza del saber: pero la mayor riqueza era la libertad. Educar es formar al ciudadano para que sea un hombre libre, decía Sarmiento, y le hacían coro los demás intelectuales de América, en la segunda mitad del siglo XIX. El color blanco en los delantales patentizaba, no sólo la infancia sino el comienzo de la gran aventura de conocer. Grau expuso sobre una pizarra negra, seis delantales. Sumó a la simbología de la igualdad y la iniciación del aprendizaje, lo que atañe al número seis, concretamente, el hexameron bíblico, el número de la creación, el número mediador entre el principio y la manifestación. El mundo fue creado en seis días, y, según Clemente de Alejandría, en las seis direcciones del espacio, las cuatro cardinales, el cenit y el nadir. Pero el artista aludía a toda manera de creación, y desde una de ellas ‒el arte‒, a la que el ser humano hace de sí mismo a través del saber, el sentir y el pensar. Nuevas simbologías estallan entre los materiales empleados: el agua, el fuego, la tierra, el aire, los cuatro elementos repartidos y/o aludidos en la cera, las ramas, los jabones, las tizas, las telas, el plomo, más la proyección de un cielo estrellado. Educar es in-formar, esto es, dar forma, pero Grau se pregunta si la información, diosa de nuestro tiempo electrónico, da forma o de-forma el conocimiento. La polaridad educar informar es uno de los dilemas de la época presente. Pero una y otra son objeto de manipulación con fines de todo orden, políticos, económicos, comunicacionales. Según Marshall McLuhan, los medios de comunicación han hecho del mundo una aldea global. Acaso esta obra de Grau intente recordarnos que la aldea global debe comenzar por el hombre mismo y no perder las raíces ni los horizontes. Muchos teóricos insisten en que la relación entre el hecho artístico y la realidad circundante está contenida en la obra. Sin embargo, la verdadera relación entre ambas aparece en la presencia transformada, de las condiciones de generación y representaciones imaginarias que se suscitan en el artista, y dejan sus huellas en el discurso artístico. También Grau manifestó esta preocupación como curador de la muestra “El jardín de las delicias” que se expone en el Espacio Murvi (Darwin 1038, Buenos Aires). En el prólogo escribió: “Reivindicar el espacio público, la diversidad de funciones que puede acoger mediante el trabajo de los artistas, es una forma de promover los proyectos que se orientan a reinventar y fortalecer el papel estructural que este espacio ha tenido desde siempre en las ciudades, como catalizador de la vida urbana de la comunidad”. Grau convocó a un grupo de artistas ‒Fabiana Barreda, Eduardo Médici, Clorindo Testa, entre otros‒, para que transformaran bancos, bebederos, columnas de luz y otros elementos del espacio urbano interviniéndolos lúdica y simbólicamente.